sábado, 23 de junio de 2012


Introducción
En este texto encontraremos como un gigante egoísta cambia su forma de ser para así  volverse mejor persona y ser agradado por los demás























EL GIGANTE EGOISTA
Todas las tardes cuando los niños salían de la escuela, ellos se habían acostumbrado a ir a jugar en el jardín del gigante. Era un jardín grande y muy hermoso, cubierto de un césped verde y suave, sobre la hierba brillaban unas bellas flores y había docenas de melocotones que en otoño daban un sabroso fruto.
Los pájaros se paraban en los arboles, a cantar tan delicadamente, que los niños interrumpían su juego para escuchar su canto.
Que felices somos aquí se gritaban unos a los otros.
Un día  el  gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo el ogro, y permaneció con él durante siete años. Mientras transcurrieron los siete años dijo todo lo que tenía que decir al ogro, y quiso volver a su  castillo, cuando llego vio a los niños juagando en su jardín dijo ¿Qué estáis haciendo aquí? Les grito con una vos agria y fuerte, que los niños salieron corriendo.
El gigante exclamo: Mi jardín es mío, y no voy a permitir que nadie más que yo juegue en el
Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel: 
Prohibida la entrada. 
Los transgresores serán 
procesados judicialmente. 
Era un gigante egoísta,  a hora los niños no tenían donde jugar.
Los niños intentaron jugar en la carretera, pero no les gusto porque había mucho polvo y agudas piedras.
Una vez terminadas sus clases; Entonces se acostumbraron a recorrer el rededor del muro para hablar del hermoso jardín que había del otro lado.
Que felices éramos en el jardín, decían los niños
Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno. 
Los pájaros  ya  no  cantaban el  jardín del gigante desde que ya  no habían niños en el  y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir. 
Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. 
No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará! 

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno. 

-Es demasiado egoísta- se dijo. 

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles. 
Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta. 

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio? 

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños. 
Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él. 
¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre. 

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho. 

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín. 

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno. 

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y lo beso
Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.
-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto. 

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante. 

-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó. 

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado. 

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado. 

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante. 

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste. 
Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él. 
¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir. 
Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín. 
Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas
 Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores. 

De pronto se frotó los ojos atónitos y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso. 
El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó: 

- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos. 

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle. 

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor. 

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño. 

Y el niño sonrió al gigante y le dijo: 

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso. 

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos. 
 

Conclusión
Debemos aprender a  ver cuáles son nuestros errores, para así poder aprender a corregirlos, para que las personas que los nos rodean no estén bravos con nosotros y que nosotros podamos brindarles  una buena amistad y apoyo cuando lo necesiten
En este cuento quiero destacar a el gigante egoísta porque reflexionó a tiempo y se dio cuenta de que estaba haciendo mal al no dejar jugar a los niños en el jardín, y  después los dejo jugar y se hizo amigo de ellos; es decir cambio su forma de ser pero para bien.